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Hasta nosotros ha llegado una carta escrita en papel de estraza cuyo contenido les copiamos íntegramente:
“Hola, soy un duende del templo de los ladrillos coloraos. Llevo muchísimos años de fantasía encerrado, escuchando y viendo los diversos espectáculos que se han dado cita en mi casa. Grandes Musicales, conciertos, obras de teatro, de todo he visto desde mi escondite secreto, pero no ha habido nada que me haya marcado más como esa celebración que viene precedida de un eco de caja y bombo a compás de pasacalle que suena por la calle Sacramento. Mira que se han cantado coplas, pero aún si cierro los ojos puedo vislumbrar a esos hombres con camisetas de rayas y gorra marinera que haciéndose llamar “Los Hombres del mar” le cantaban a un barco, a un tal vaporcito del Puerto, que por estar aquí encerrao nunca he visto, pero que por dicha copla tiene que ser tan bello como lo es este teatro, mi casa.
La otra noche escuché hablar a las butacas con el gallinero sobre cuál era el mejor coplero que había pisado las tablas, esas tablas que se mantenían calladas impacientes por saber a qué conclusión llegarían sus compañeros. La discusión se vio interrumpida por el anfiteatro que de un grito seco y ensordecedor sentenció diciendo sólo dos palabras: “Paco Alba”. En cuanto el anfiteatro dijo esto, las demás partes del teatro quedaron en silencio y a modo de aceptación y compartimiento de la respuesta comenzaron a entonar para sí un pasodoble que empezaba diciendo “No es que la luna tenga luz de plata…” Al término de éste, las columnas se levantaron para aplaudir y el escenario se iluminó, se abrieron las cortinas y se apagó el patio de butacas. Por un momento, todos los que estábamos en el teatro sentimos que Paco Alba estaba allí, recibiendo el aplauso de su teatro, ese que le negaron en 1973 cuando fue abucheado.
Otro día de estos en los que el teatro tiene ganas de charla, comenzaron a discutir sobre la voz más importante que había estado allí, esta vez, la conversación la inició el escenario, seguida por los palcos y las bambalinas que no se decidían y pensaban mientras estaban dejadas caer a los hombros del escenario. El anfiteatro pensaba en voz alta los nombres de candidatos a este puesto, que si el Caracol, que si el McGregor, que si el Catalán, que si Carlos Brihuega, que si Fletilla… “Todos son dignos merecedores de ese premio”-sonó desde la parte más alta, desde el gallinero-“pero la mejor voz que ha estado en este teatro ha sido y será…” El teatro enmudeció y miró hacia el gallinero como si el Caña estuviera animando al público en un descanso. Pendientes, muy pendientes de las palabras que pronunciaba el gallinero. “La mejor voz que ha estado en este teatro es María la Hierbabuena” Inmediatamente el teatro quedó a oscuras, de las plateas abiertas sonaban ecos de un público entregado a una agrupación, de pronto un foco de luz iluminó el gallinero, en concreto una silla de este,, esa silla que había sido ocupada por María la hierbabuena durante tantos años, y se escuchó esa voz inconfundible diciendo: “ole viva mi Cai y lo grito a boca llena y el que no diga ole que se le seque la hierbabuena”. El silencio se rompió con tres oles de los ecos de las plateas a los que les siguió un aplauso a compás de bulerías.
Las charlas entre estas partes del teatro me han servido para darme cuenta de lo que ya sabía, que Paco Alba es el padre del carnaval, no sólo de la comparsa, y de que María la Hierbabuena es la madre, con esa voz como la de una vecina del barrio de la viña que avisa a su hijo de que la comida está ya hecha. A María la hierbabuena le han dicho hasta que es la virgen María madre del Falla en el portal de Belén de Cádiz, pero corroboro esa letra que le dedicara el coro “Los Entendíos del racataplán” que comenzaba diciendo “Ay, abuela, mi pregonera”…
La otra noche escuché hablar a las butacas con el gallinero sobre cuál era el mejor coplero que había pisado las tablas, esas tablas que se mantenían calladas impacientes por saber a qué conclusión llegarían sus compañeros. La discusión se vio interrumpida por el anfiteatro que de un grito seco y ensordecedor sentenció diciendo sólo dos palabras: “Paco Alba”. En cuanto el anfiteatro dijo esto, las demás partes del teatro quedaron en silencio y a modo de aceptación y compartimiento de la respuesta comenzaron a entonar para sí un pasodoble que empezaba diciendo “No es que la luna tenga luz de plata…” Al término de éste, las columnas se levantaron para aplaudir y el escenario se iluminó, se abrieron las cortinas y se apagó el patio de butacas. Por un momento, todos los que estábamos en el teatro sentimos que Paco Alba estaba allí, recibiendo el aplauso de su teatro, ese que le negaron en 1973 cuando fue abucheado.
Otro día de estos en los que el teatro tiene ganas de charla, comenzaron a discutir sobre la voz más importante que había estado allí, esta vez, la conversación la inició el escenario, seguida por los palcos y las bambalinas que no se decidían y pensaban mientras estaban dejadas caer a los hombros del escenario. El anfiteatro pensaba en voz alta los nombres de candidatos a este puesto, que si el Caracol, que si el McGregor, que si el Catalán, que si Carlos Brihuega, que si Fletilla… “Todos son dignos merecedores de ese premio”-sonó desde la parte más alta, desde el gallinero-“pero la mejor voz que ha estado en este teatro ha sido y será…” El teatro enmudeció y miró hacia el gallinero como si el Caña estuviera animando al público en un descanso. Pendientes, muy pendientes de las palabras que pronunciaba el gallinero. “La mejor voz que ha estado en este teatro es María la Hierbabuena” Inmediatamente el teatro quedó a oscuras, de las plateas abiertas sonaban ecos de un público entregado a una agrupación, de pronto un foco de luz iluminó el gallinero, en concreto una silla de este,, esa silla que había sido ocupada por María la hierbabuena durante tantos años, y se escuchó esa voz inconfundible diciendo: “ole viva mi Cai y lo grito a boca llena y el que no diga ole que se le seque la hierbabuena”. El silencio se rompió con tres oles de los ecos de las plateas a los que les siguió un aplauso a compás de bulerías.
Las charlas entre estas partes del teatro me han servido para darme cuenta de lo que ya sabía, que Paco Alba es el padre del carnaval, no sólo de la comparsa, y de que María la Hierbabuena es la madre, con esa voz como la de una vecina del barrio de la viña que avisa a su hijo de que la comida está ya hecha. A María la hierbabuena le han dicho hasta que es la virgen María madre del Falla en el portal de Belén de Cádiz, pero corroboro esa letra que le dedicara el coro “Los Entendíos del racataplán” que comenzaba diciendo “Ay, abuela, mi pregonera”…
En el Templo de los ladrillos coloraos
Un Duende del Falla
2 comentarios
esto kien lo a escrito? k cosa ma bonita merecido omenaje a maria la ierbabuena ole ole y ole
aun recuerdo esa letra del coro llore cuando la escuche
killo enorabuena un gran blo y un gran texto
Ese precioso texto lo ha escrito nuestro compañero el Pater, que cuando se pone es el que tiene mas arte de tó Cai y parte de los alrededores.
Pues muchísimas gracias por tu comentario, nos alegramos profundamente de que te guste tanto el blog como este texto, que, realmente y en mi opinión, merece que se le guste.