Abrió la tierra de una maceta
con sus manitas llenas de fe
y como aquel que empuja un planeta
ungió un granito de café
y lo regó con agua de lluvia,
lo levantó como ofrenda al sol
y allí esperando aquel milagro
dejó volar en voz alta su imaginación.
Si este granito de café
lograra un día germinar
podré sembrar un cafetal
y así vender su fruto.
Y con mi escasa fortuna
comprar las vacunas
y hacer en mi aldea
un pequeño hospital
para ganarle a la muerte
sin piedad
una batalla más.
Con el dinero de otra cosecha
traería el agua potable a mi tierra
y haría una escuela.
Por combatir la enfermedad
de la miseria, de la miseria,
alzó sus manos como aquel que alza un planeta
y la maceta resbaló como un resorte.
Volvió a sentir el miedo atroz de su pobreza
porque el pobre nace pobre y muere pobre.
Apretó fuerte el café
y dijo: “Yo lo guardaré
que es la herencia que tenía
y que me entierren con él,
que lo sembraré otra vez
si hay más suerte en otra vida”.
Jesús Bienvenido Saucedo
‘Los currelantes’ – 2011