Tomé prestada una barca
y navegando dejé la playa,
al poco tiempo la tierra
dejó de ser divisada.
Cuando miré al horizonte
me sorprendí de ver solo agua,
allí reinaba el silencio
sobre una alfombra de plata.
El vaivén de mi barca
me hacía cómplice del mundo de la mar,
como si allí todo estuviera en armonía,
siendo la luna la que impone su compás.
El rizo de las olas
lo interrumpían surcos de nácar,
peces que nadaban dentro de las aguas
y que completaban aquella hermosa estampa.
El amanecer llegaba
y aquel abismo bañao de noche
se impregnó de rayos
que lanzaba el alba.
El color de la mañana,
un nuevo día le dio a aquel mundo
y yo puse rumbo
hacia nuestra playa.
A la orilla ya llegaba,
pisando tierra un lamento sentí,
la tierra que fue tan bella
como los mares,
el hombre la destruyó,
la vistió de guerras
y desigualdades.
Ojalá el mar levantara
y a esta tierra la inundase,
y a esta tierra la inundase
de la paz que existe en las profundidades.
Constantino Tovar Verdejo
‘Los musiquitas’ – 1999