Detrás de la vieja
a la que quiero tanto
yo tuve también
otra madre primera,
la misma mujer
con el vientre más ancho,
el pelo más blanco,
la arruga más bella.
Detrás de la vieja
y delante del niño
oía la eterna canción
de otra generación
más sencilla y humana,
el pan presidía el mantel
con olor a mujer
con corona de trigo,
el horno tostaba el amor
y llegaba el calor
a los pies de la cama.
La mujer, la última mujer
y la primera del último siglo
con el que se fue,
una tarde vecida,
como la marea,
dejando encendida
la luz de la vida
que siempre camina
delante del pie
y el corazón infinito
que llevo conmigo
colgando a la espalda
como un ángel de la guarda
que no me deja caer.
Una madre es la que te pare
y en su pecho te amamanta,
la que aleja de ti los males
y los demonios espanta,
la que te lava las heridas,
la que vigila tu alcoba,
la que te devuelve la vida
cuando alguien te la roba.
Pero también fue tu madre
la que, a la luz de la luna,
con su ternura implacable,
meció tu cuerpo y tu cuna,
y aunque con tu juventud
el mundo se le hizo tarde
nunca pudo abandonarte
ni la abandonaste tú
porque madre fue también
la que te guardó el secreto
del primer cigarro aquel
y de aquel amor primero.
Que madre hay más de una
y no es la madre de Dios,
que contando a mi abuela ya tengo dos
y las dos me dan siempre el mismo consuelo.
Que contando a mi abuela
tengo una madre en la tierra
y la otra en el cielo.
Juan Carlos Aragón
‘Los peregrinos – 2017