El cantautor portuense resalta la suerte de su nombramiento como pregonero de la principal fiesta de Cádiz y afirma al respecto que “en un siglo sólo habrá cien pregoneros”
“Ten en cuenta que en un siglo sólo habrá cien pregoneros”, piensa Javier en voz alta, remarcando “la suerte de tan emocionante nombramiento”. “Me siento muy comprometido con la fiesta del humor, la ironía y la gracia, y mira que yo no soy gracioso”. Suena el teléfono. Tres meses lleva trinando sin cesar el móvil del autor de La Rosa Azul de Alejandría. Javier comunica. “Yo no tengo gracia, pero me ayudó a decidirme el equipo que he formado para el pregón, cuya composición diré en su día”. Se abre un enorme signo de interrogación, el interlocutor musita algo sobre rumores al cabo de la calle y Ruibal se interesa por el qué dirán. Los colaboradores del artista, gente de total garantía en el intrincado planeta carnavalesco, suelen ser una tumba a la hora de guardar secretos. Se sabe que el pregón será “más humorístico que lírico”. Ruibal confirma que proclamará la llegada de la fiesta callejera por antonomasia del modo que menos se espera de tal figura musical. “El factor humorístico siempre ha sido el que más me ha atraído del Carnaval, además de la música, pues reconozco la calidad fuera de lo normal de las agrupaciones, en especial coros y comparsas. Me encanta la broma, soy más aficionado a las chirigotas, así que el pregón tendrá más guasa que poesía o música. Dejo éstas para el resto del año, aunque el pregón contendrá un poquito de todo y no faltarán referencias”.
“Quiero liberarme”, dice Ruibal a las claras. “Tengo claro lo que se espera de mí, pero pretendo aligerar corsés, sentirme libre y pasarlo bien”. Suena el teléfono. Javi quiere ir a cenar con su padre, a un chino, a un mejicano, a un iraní quizás, y luego al cine. “¿Has visto cómo tocan los niños?”, cuestiona el autor en torno a los sorprendentes Glazz, el relevo.
Paseo virtual por Cádiz. “Ciudad bella como pocas”, apunta este hombre de mundo, que toíto el globo se tiene andao, parafraseando la copla. “Si no fuera de aquí también volcaría mi admiración por esta joyita en medio del mar”, suspira. “En Cádiz se respira el humor, la naturalidad campa por sus respetos, todo puede ocurrir y nada parece lo que es. Me asombra la falta de presunción de la gente de esta tierra. En Cádiz, un rincón pequeño donde todo el mundo casi se desnuda ante los demás, no hay apenas aristocracia (por no quedar no quedan ni fuerzas vivas, apuntaría el apuntador), y si la hay, apenas tendría relevancia o sería invisible, pues aquí nadie se las da de algo”. Ríe con ganas, coincide Ruibal en que “si en Cádiz alguien se las da de algo recibe un contundente ‘tequiyá” de doble o triple sentido, síntesis de la particular filosofía gaditana.
Curioso, pero Ruibal, que lleva en su corazón y en el fondo de sus canciones el espíritu libre e indómito de este rincón, amén del talento poético y musical en grado superlativo, no se ajusta a los parámetros de la “santísima trinidad gadita”: no es futbolero, ni capillita ni acérrimo carnavalero, pero reúne acaso virtudes más hondas. Javier muestra su personal visión acerca del Cádiz de las entretelas, a punto de lanzarse a cantarle las cuarenta al mundo y de hablarle a la cara al olvido. “Cádiz está más cerca de ser un pueblo sin afán capitalino que de una ciudad sin personalidad, ni se otorga triunfos ni se le nota una ambición desmedida”, cavila como si se tratase de un personaje de Isla Mujeres, el universo intrínseco de parte de la imaginería ruibalera. “Cádiz es de las ciudades más democráticas que conozco. Sufre un paro sangrante, se vota a la derecha masivamente, lo cual no es necesariamente bueno o malo, pero,sobre todo, hace lo que le da la gana, guste o no guste”. Entra en liza la libertad de expresión, el concurso del Falla y la calle como reductos de tal distinción. “En el concurso quizá pesa cierto encorsetamiento, pero la libertad de expresión abunda, y Cádiz es capaz de sostener lo insostenible”. Suena el teléfono. Es Lucía, la hija de Javier, que pregunta por el concurso del Falla o algo así. Ruibal exclama en voz alta: “¡Este año tenemos palco propio en el Falla!”. “Allí me verán un montón de noches a partir del uno de febrero, cómo me lo voy a perder, será todo intenso y emotivo, un privilegio”. Javier cantará en Madrid el día 29, y allí estarán todos sus amigos y admiradores en una noche muy especial.
A la caída de la tarde, Ruibal se pega un garbeo imaginario, revive Carnavales anteriores por los Callejones, la plaza Macias Rete, “La Viña, con mayúsculas”, certifica. “La calle Circo, ese callejón sin salida donde las agrupaciones callejeras te cantan a la cara y suenan de aquella manera … la Cruz Verde, tantos rincones”. Este año ya no podrá caminar de incógnito, aunque en temporadas presentes ya acogió La Viña a Ruibal como un invitado estelar. “Tengo la suerte de que me tratan con cariño y simpatía, tanto los grupos del concurso como los callejeros. Caigo bien”. Trabajito humano le ha costado. Constancia en el intercambio de sentires y querencias, trato de postín. Suena el teléfono.
A Vera Luque, el autor que el pasado concurso propuso en las tablas del Falla el nombramiento urgente de Ruibal como pregonero, el mismo Javier le quiere decir unas cositas: “Vera Luque, dedícate a la videncia y por Dios, pide que el Cádiz suba a Primera, que se reduzca el paro a la mínima expresión, que Astilleros se nutra de carga de trabajo, que los de Delphi devuelvan el dinero, vuelvan sobre sus pasos y la gente vuelva a trabajar en la factoría …”
A Ruibal le llena de orgullo que empleen sus músicas en repertorios de Carnaval, recuerda las primeras sorpresas agradables, ecos de Guadalquivir en Pasaje a la India y de Tierra en Calabazas, la comparsa de su predecesor en el “cargo”, Antonio Martínez Ares. “No esperaba que lo que hago alcance el eco del Carnaval, otro privilegio”. Y van …
“Este año, el pregonero no es cualquiera, señala entre bromas y veras; han contado con alguien que tiene un pie dentro y otro fuera, cuando suele designarse a un carnavalero o una figura foránea, y los pregones habitualmente se basan en piezas puramente carnavaleras y esenciales o espectáculos en la línea de su ejecutor. Conmigo cambia la cosa. No estoy dentro ni fuera, aunque quizá esté más dentro que fuera”, Trabalenguas que da paso al Carnaval de su infancia, el de las Atípicas y Esdrújulas Fiestas Típicas, “el Carnaval amordazado que, visto desde la mente de un niño portuense, destacaba por su chabacanería, o al menos así lo pintaban. Poco sutil, atado a las circunstancias. En cuanto se pudo hablar con libertad, todo cambió del tirón. Hay gente con mucho talento escribiendo letras y músicas, el nivel se ha elevado de forma extraordinaria. Yo entré tarde a conocer a fondo este mundillo, no era consciente de que en la calle pasaban tantas cosas, las ilegales multiplicaron la calidad por dos, mejoró el Falla, ahora disfrutamos de una fiesta única en el mundo, una exhibición de repertorios ajustados al tipo y a la actualidad del mundo. Podemos colgarnos la medallita de gozar de una de las fiestas más cultas del mundo”.
Metidos en harina, aprovechando un silencio entre tanto telediario grave, Ruibal confiesa que “este año la cosa está sobradita de temas a tratar por los letristas, ojalá no hubieran determinados temas por analizar”. Crisis, guerras, la gente no respeta ni que estamos en Carnaval. “Al mal tiempo, buena cara”, apela el artista, “hay que relativizar las cosas, poner el mundo boca abajo durante unos cuantos días, Cádiz es experta en la materia, experta en subir al pedestal lo menos elevado y viceversa. Una tema será moneda común este año: estamos todos tiesos”.
Durante los meses previos al pregón, Ruibal ha conocido sensaciones nuevas en las calles de Cádiz. “Me he dado cuenta que hay gente que no me pone cara, quizá conozca mis canciones pero no mi rostro. Otros te saludan con amabilidad y sinceridad, admiten que no sabían de mis músicas y se muestran contentos de descubrirme de esta manera. Es cierto, todas las viejas de Cádiz van a conocerme y querereme, ojalá sea así, ya me saludan con el entrañable “adiós, hijo mío”, que significa mucho en Cádiz. Para mí el éxito es poder hacer lo que te da la gana y sentirte querido, que digan que se sienten representados por ti y que te colmen de atenciones y simpatías. Hay quien me dice: Donde vas tú va Cádiz, eso es más bello que un triunfo allende los mares”.
Por cierto, semanas atrás, en Nueva York, alguien pidió a Ruibal que interpretase Atunes en el paraíso. “En Nueva York, tío, no me lo podía creer. ¡Atunes en el Paraíso! Pegué un respingo, pensé que era una broma, pero se trataba de un dominicano. ¿Quién te ha dicho que pidas eso?, pregunté al aire. Y contestó: Yo mismo, me encantan los Atunes en el Paraíso”. Pregonero en Nueva York. “Es sólo un botón de muestra de lo que provoca el Carnaval gaditano más allá de nuestras fronteras. He cantado letras de los Yesterday, de Selu, de los Fantasmas, al final de algunos conciertos, no lo puedo remediar, gusta mucho y se producen explosiones de alegría y sensaciones alejadas de lo cotidiano. Hay ponerse en el lugar de quien conoce un pasodoble o un cuplé por primera vez en su vida”.
Suena el teléfono. “Me han llamado todos. Me han llamado felicitándome y ofreciéndose a colaborar, pero sin ponerme en aprietos o compromisos. Me tendría que llevar a todos al pregón: coros, comparsas, chirigotas, cuartetos, romanceros …”
Otra vez en la calle, al libre albedrío de la imaginación y lo que se barrunta ya en el calendario gaditano, Ruibal resalta, otra vez con orgullo, que los amigos forasteros que con él pasean por el Carnaval indómito y urbano “pillan bastante”. “El que viene conmigo a Cádiz pilla bastante de Carnaval, nos sabemos las mejores esquinas para escuchar y echar unas risas. Y la gente no me ve como un individuo exitosos o famoso, no provoco excitaciones vanas sino acercamiento y buen rollo, y los grupos se arriman a cantarnos con dedicación”. Nombra Javier a amigos como Raúl Rodríguez, María Barranco, Kiko Veneno, Imanol Uribe, Wyoming, Javier Krahe o el mismo Joaquín Sabina, que todavía no se ha atrevido a venir. Este puede ser el año. No olvida a Felipe Benítez Reyes, poseedor de un sentido del humor fantástico y muy peculiar, y de sus amigos literatos que paran en Rota a la llegada del verano: Almudena Grandes, Benjamín Prado, Mendicutti … Recuerda el cantecito de cuplés en pleno cénit de la noche roteña en buena compaña, recuerda con emoción al desaparecido Ángel González, que “se lanzaba a cantar coplas irreverentes que nadie sabe de dónde sacaba”.
A la postre, Ruibal, tan sencillo como compleja y hermosa es su música, pone el dedo en la llaga. “Como Fernando Quiñones ya decía, lo profundo y lo popular no tienen por qué estar reñidos. El pensamiento sofisticado y la persona inmediata. La reflexión y el golpe. Esa actitud se admira y se cultiva en el arte. Esa conexión directa con la gente, sin restar un ápice de sofisticación, eso se practica. Me educaron así, no por la soberbia sino por la amistad y la generosidad”. El profundo sentido de la amistad, según Ruibal. Un tipo espléndido. Antes del adiós, Javier regala un libro, varios discos y su sencilla profundidad.