Si alarmante fue que a tus calles y plazas
le cambiaran su arboleda por cemento
más me inquieta ver que hoy día, por desgracia,
ya no quedan niños saltando y corriendo.
Una sobreprotección desmesurada
y unos padres que con su tecnología
los van convirtiendo
en reclusos de su casa
cuya impropia libertad
es conectar, es conectar
con las pantallas de su hogar.
A través de un simple móvil
conseguimos silenciar
cada llanto de su infancia
entre videos de YouTube
que sin pausa desviará
la atención que nos reclama
y cuarenta y dos pulgadas
frente a un cómodo sofá
culminarán la terapia
tras las clases extraordinarias,
el colegio, la tarea
la ducha, la cena
y de nuevo a empezar.
Cuando la adolescencia asoma
bastará con una consola
pa que pase muertas las horas
sin protestar, sin protestar,
sin protestar por la calle
aunque obeso y sedentario
desde un virtual sudario
vaya mermando a diario
sus relaciones sociales.
Instagram, TikTok y Facebook
pondrán filtros en su cara
para que algún influencer
lo deprima o lo sentencia
desde una vida imaginaria.
En su prisión
mientras las calles mueren
sin su vida
y sus golpes de balón,
sin sus inventos,
sin sus sueños,
y sin su torpe revolución
sin ornamentos, sin dolores
y sin quereres.
Y en su prisión
se enfrentan a un futuro
aborregaos frente a la redes
mientras que los gobiernos
los apuntan a las sienes
si no salen a la calle
como niños y como niñas pa jugar
cómo esperan que salgan pa luchar
cuando sean hombres y mujeres.
Jonathan Pérez Ginel
‘Los originales’ – 2022