Hace un cuarto de siglo
que dos hombres murieron:
uno era el caudillo,
otro el rey de los copleros;
a uno lo despiertan
los fantasmas al son de las pistolas,
al otro le susurran
barquillas y caracolas;
Uno canta todo los días
el “Cara al sol” con esa alegría
que Dios concede a los dictadores,
otro sigue haciendo piropos
y entre sus huesos se vuelve loco
sin ver su Cai de sus amores;
uno fusila nuestro recuerdo,
el otro vive entre los muertos;
uno solo fue un ladrón
que nos trajo la extremaunción,
mucha hambre y poca cultura,
el otro la libertad
y el reírse por no llorar
en tiempos de dictadura;
a uno le rezan los fascistas
cada veinte de noviembre,
al otro La Tía Norica
ronda las calles por verle;
uno sepultado está
y se pasa “el no pasarán”
por los clavos de su tumba,
el otro se ha hecho inmortal
por la magia de sus letras;
uno no debió de nacer
y el otro vuelve a renacer
cada noche en la Caleta.
Antonio Martínez Ares
‘La niña de mis ojos’ – 2001