Pasó don Manuel despacito el rellano
y, al ladito suyo, también doña Elena.
De vuelta al asilo, la anciana y anciano,
igual que chiquillos, los dos de la mano
que parecían sus dedos eslabones de cadena.
Y en una sombrita del patio sentaos
donde, dentro de sus muros,
la viuda y el viudo
ellos se han enamorao,
a sus amores pasaos
les van echando los velos
y dejando bajo el suelo
lo que el suelo se ha llevao.
Pero resulta que sus hijos no comprenden
que se enamoren y se quieran a su edad
y no permiten dos extraños que se entienden
viejecitos que pretenden
no morirse, no morirse en soledad.
Y doña Elena a don Manuel
y don Manuel a doña Elena
abrazaítos callan su pena
y to les da igual.
Porque sus hijos profanos
no se enteran del consejo
que pal futuro de un viejo
ya es más tarde que temprano.
Pero detrás del rellano
no renuncian a sus vidas
y que siempre Dios bendiga
el amor de dos ancianos
que solo quieren morirse
cogiditos de… cogiditos de la mano.
José Luis Bustelo
‘Los regaera’ – 2004