Una mañana que estaba haciendo yo mi reparto
a una criada sentí llamarme de un piso alto:
“Señor huevero, espere usted un poco,
que voy pa abajo,
que quiero verle los huevos,
a ver si son de mi agrado”.
Cuando la joven venía bajando las escaleras
yo me di cuenta que la muchacha venía en bajeras,
a mí de pronto me entró en la vista una cosa extraña
porque una niña de esas hechuras tiene castaña.
Cuando llegó a mi lado
me dio los buenos días
y yo me puse bizco
y hasta la lengua se me salía.
“Son huevos de gallina”
le dije a la gachí,
“escógelos tranquila,
que son frescos de Conil”.
Mientras la niña
los apartaba
hay que ver con qué soltura
ella los manoseaba.
Después de un rato
ella se fue disgustada
y cuando yo salí a la calle
notaba por mi cuerpo una cosa muy rara,
porque me había cascao los huevos
y to los pantalones los tenía llenos de clara.
Juan Poce Blanco
Los hueveros – 1965