El Niño embarca a Cádiz en un musical durante su última travesía carnavalera

por El Pater

Martínez Ares ajusta cuentas durante una divertida proclama · El pirata deja su testamento coplero a los gaditanos.

“Por una noche vuelvo a la guerra”. El pirata coplero Antonio Martínez Ares lanzaba una amenaza predicha en carteles y en su aparición el la Final del Gran Teatro Falla. El Niño, convertido en pregonero, zarpaba hacia su “última travesía por los cielos de esta tierra. Temblad, mediocres y cobardes”, advertía con timbre modulado y expresión cruel, avivada por un duro maquillaje .

El puente de un barco pirata, confeccionado por la empresa de artesanos RAS, sirvió de marco para un original pregón musical, que Martínez Ares llevó a cabo acompañado de unos bucaneros con gargantas de oro. La comparsa de Barbate, liderada por Cardoso, el periodista Juan Manuel Romero Bey y los cantantes Miguel Nández, Ramoni, Guillermo Cano, Jesús Cortes, Tamara Beardo y Queco Ruiz formaron la nueva tripulación de una nave capitaneada por Ares. “Con gente peores que vosotros he ganado mil batallas, con menos gente, incluso, abordé a otros barcos en el Falla”, dejaba caer el pregonero.

Con esta dotación recién estrenada, el capitán Ares se enfrentaba a su contienda final en los mares de Cádiz. El equipo simbolizaba una comparsa, su nueva y última comparsa. Con ella navegó anoche por algunas de sus coplas más señeras, intercaladas con frases ocurrentes, hermosos piropos y alguna que otra fina ironía.

Ironía con la idiosincrasia gaditana, resumida en el decálogo pirata que pasó a enumerar con arte. “El primero, hay que estar en el paro y demostrar que se lleva años viviendo del cuento ( …) El cuarto, importante, un pirata de Cádiz tiene que ser un artista del escaqueo, chavales, y buscarse un amigo médico que le dé baja por depresión para cantar en Carnavales”… y así hasta llegar al décimo precepto.

Y también ironía con sus antiguos rivales carnavaleros. Así, tachó de polizones a todos aquellos piratillas que antes surcaron el mar con Juan Carlos Aragón , Antonio Martín, Valdivia o Ripoll, entre otros, y los lanzó por la borda, es decir, los tiró del escenario de la Plaza de San Antonio a una colchoneta colocada bajo las tablas. No dejó títere con cabeza. Antiguos pregoneros -que “leen al pueblo unos cuantos folios”-, coristas, periodistas y el ambiente de la carpa pasaron por su afilado acero poético. Los pobres traidores daban su últimos pasos por la pasarela a ritmo de tanguillo, esto desató las risas del público.

Minutos antes, el respetable se había emocionado. No era para menos. Miguel Nández interpretó con fuerza la presentación de la comparsa ‘La niña de mis ojos’ y, después el creador de Aserejé, Queco Ruiz, cantó una versión de Viene a esta tierra un barquito, de los ‘Los hombres del mar’

Los momentos musicales dieron sentido a la obra. Desde el primer instante, cuando Martínez Ares interpretó una canción a solas con su guitarra y apoyado en un tonel, hasta el último, en el que repartió su ansiado botín: Los duros antiguos.

El barco se iba moviendo al compás que marcaba el pregonero, que cual director de orquesta, daba paso con sutileza a cada uno de sus colaboradores. Martínez Ares miró al mar, pero también fuera de él, para descubrir aquellos balcones que cantara en el popurrí de su último primer premio en el concurso. Fue el cantaor Guillermo Cano quien bordó esta cuarteta. Tampoco faltó su famosa rumba, repetida mil veces en barbacoas y reuniones gaditanas. Por cada mirada se tornó alegre en la voces de Jesús Cortés y Tamara Beardo, mientras que el resto de la tripulación hacía los coros bailando la conga.

Y en un nuevo golpe de efecto (de esos a los que Martínez Ares tenía acostumbrada a la afición) llegó “la muerte del pirata coplero”. El pregonero se despide del pueblo con su última voluntad. Un testamento en el que anima al pueblo a seguir cantando, aunque él ya no lo haga. “Cantadle las cuarenta a los que no os dejen ser libres, que pase por vuestra quilla hasta el mismo Dios, si es verdad que existe. Y que vuestras coplas, gaditanos, sirvan para defender el currelo. Matad, matad por Delphi, el muelle, Casa, Tabacalera o Astilleros (…) Y decidle a la gobernadora que los gaditanos para vivir se tienen que ir lejos, que en Castellón hay un Cádiz que le pinta sus azulejos. Cádiz es vuestra patria, este cielo el único rey y el mar vuestra bandera”, dijo , tajante.

Seguramente que no fue casualidad que tras pronunciar las últimas palabras de su testamento – “llegó mi hora, mi reina, llegó el momento del adiós. Ojalá otros piratas te quieran la mitad de lo que te he querido yo”- el pregonero decidiera dar paso a la última cuarteta del popurrí de su última comparsa que pisó las tablas del Falla, ‘Calle de la mar’. Qué mejor que una voz tan estremecedora como la de Ramoni para hablar de El azul en el cielo.

Pero aún quedaba un regalo más. Una canción inédita que parecía la versión musical de su testamento: “Una ciudad que canta y que sueña con la libertad. Esa ciudad que canta eres tú”, rezaba el estribillo.

Entonces el escenario enmudeció y el pueblo habló. Habló como quiso su pregonero. Cantando. Un pregonero que dejó claro que el Carnaval es de los gaditanos. Por eso calló. Por eso les brindó la batuta. El himno. El verdadero himno. Los duros antiguos.

Diario de Cádiz

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