Con cerca de un siglo a su espalda,
nunca tuvo tiempo
de quitarse el luto de un querido ser.
Cuánta historia viva encerraban
los pliegues cansaos
de su blanca piel.
Cómo echo de menos esos ratos
cuando en su butaca
me daba el sermón:
“Ren cuidao, muñeco,
con esto y aquello, ten cuidao por Dios”.
Se le caía la baba
mientras quitaba el nudo
de un blanco pañuelo
y con cinco duros
me compraba un beso
y yo caramelos.
Con su radio al oído
como un fiel confidente
le aterrorizaban
las bandas armadas y los accidentes.
María, tú hiciste bueno
el tan traído refrán
que como se quiere a un nieto
no hay nada en el mundo,
abuela, es verdad.
Joaquín Quiñones Madera y José Martínez González
‘Mississippi Club’ – 1990