Popurrí – Las noches de bohemia

por El Marqués

Si quieres ver a la vida de frente
escucha, hermano, esto que te digo.
Es la receta del hombre caliente
que bebe siempre del árbol prohibido.
Vívela, vívela, vive la noche y los días
cual si no hubiera más.
Deja crecer tu barba y tu alegría,
y ponle tú la edad.
No importa cuanto se viva sino la manera,
y no la prestes jamás que se va con cualquiera.
Si a tus dolores los mata la risa
y la miseria te cura el espanto,
ponle tus lágrimas al sol, aprisa,
que nada seca más pronto que un llanto.
Paranu, paranu, para nunca verte solo
no dejes de cantar.
Olvida los amores y los odios,
y vive, vive ya.
Y hace falta, también,
para saber que la vida se ha vivido,
equivocarse de horizonte y de camino,
andar perdido y caer,
sentir el vértigo, la náusea y el hastío,
ver al diablo cara a cara y apretar,
muerto de frío,
los huesos contra la pared.
Y hace falta, también,
tener fortuna, tener cuna y tener tiempo,
tener el don de ser tú mismo, tu arquitecto
y el arte de envejecer.
Para que el mundo te vea como un caballero,
que se ha reído del amor
y se ha reído del dinero.
Y nadie ha vivido como él.
Y hace falta de vez en cuando
apretar sin miedo el gatillo.
Correr de la policía
por el placer de ser perseguido.
Darle una hostia al cabrón del jefe,
coger la puerta y no volver más.
Colgar las bragas de la Decana
en el portón de la Facultad.
Envenenarse hasta perder
los cinco sentidos y el alma.
Salir a hombros de un burdel
de carretera secundaria.
Robarle a un rico sin miramiento
para saber qué es lo que se siente.
Amordazar a un político
y pintarle libertad en la frente.
Y libertad para qué,
si luego nadie sabe qué hacer con ella.
La libertad es un lujo
que muy pocos pueden permitirse.
Como dijo el sabio,
es verdad que “hay esclavos por naturaleza”,
porque es el miedo a la libertad
lo que impide ser libre.
Y la esperanza en un mundo mejor
se convirtió en mi emboscada.
Reventé mi puño y mi canción
luchando por lo que creía.
Y miro al mundo
y miro a mis heridas
y veo mi sangre derramada…
¡Y ya no creo en más revoluciones
que en la tuya y en la mía!
En nombre de la autoridad
he visto las mayores canalladas.
Y yo que penaba que un día los gobiernos,
por fin desaparecerían.
Pero como los gobiernos
no van a desaparecer,
y yo no me pienso joder
hasta que no llegue al infierno,
digo lo mismo que Jesús,
“perdónalos porque no saben”,
que cada cual pague por sus males
y cargue con su propia cruz.
Y yo tengo dos que por ahora
nunca se cómo disimular:
Cuando me acabo de emborrachar
y cuando el corazón se me enamora.
Cuando me acabo de emborrachar
y cuando el corazón se me enamora.
No lo sé disimular.
Y no lo puedo parar.
Maldita sea la hora.
Y cuando el corazón se me enamora.
En la guerra como en el amor para que todo acabe
es necesario verse de cerca.
Es un episodio más en la vida del hombre,
pero en la mujer es su existencia.
Y si ha nacido del alma,
ese amor se te clava enseguida.
Y si un día, de pronto, se olvida,
te resucita y te mata otra vez,
y nadie puede darse a dos amores
en una sola vida.
Por acercarme a sus orillas
caí en el abismo de mi desengaño.
El amor hace a los hombres libres,
pero cuando son libres los hace esclavos.
Con ella cada noche era
tremenda la ternura y divino el dolor
y más seguro y menos peligroso
hacer la guerra que el amor.
Y el mío nació del alma,
como la más terrible aventura.
Y aunque sé que ese amor no se cura,
su herida siempre me acompañará.
Por eso vivo al calor de los rayos que me da luna.
Yo soy como la luciérnaga
que necesita la noche para brillar y vivir.

* * *
Juan Carlos Aragón Becerra
Las noches de bohemia, 2010

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